viernes, 30 de mayo de 2008

El Dilema de las Marionetas


Me erijo en inventor
aunque haya malogrado
todo aquello que fue hecho
para acabar en victoria.
Me creo el Dios
de mis absolutas pequeñeces,
sabiendo que aún
no he resuelto uno solo
de todos los misterios,
que cómo plagas,
caen sobre mi frágil reino.
Tanto y más suelo pensar,
en no pensar tanto y rehacer,
desde un costado virgen,
mi gastada relación
con pasadas vicisitudes
qué, cómo tablas en cruz,
mueven los hilos
de mis toscas ilusiones…

Me creo el mayor de todos mis miedos.
Y también lo dudo.
Así me asusta el interrogante
y acongojado confirmo,
que muchos granos de arena
escapan inexorables
de entre mis manos muy cerradas.
Estoy seguro que el origen
y que todo fin
confluyen y son retoños constantes.
Ni vos ni yo,
nada somos.
A cada segundo nacemos
y al próximo morimos.
Pretensiones tenemos,
de Dioses, inventores,
perdedores o asesinos,
pero nunca dejamos de ser:
Todo y nada.
Agua en el mar,
aire entre altos árboles.
Nunca únicos, siempre repetidos.

Nos queda atrapar momentos
y devorarlos para
nutrir nuestro más necesario órgano,
la esperanza que mueve y conmueve:
Alma de todo nervio vital.
Me erijo en destructor
y estos versos serán deshechos.
Algo más mañana dirán.


Hernán Mierez ®

miércoles, 21 de mayo de 2008

Agradecimiento

A la gente de Necesaria.com y especialmente a Gustavo Camacho, por haber premiado mi Blog
con el premio Honor 2008.
De verdad es un hermoso regalo a mis pasiones y mis esfuerzos.
Por esto no puedo más que publicar este obsequio y agregar a mi BlogRoll la dirección de Necesaria.com
Mis saludos y respetos.
Una vez más, Muchas Gracias...

Hernán Mierez

sábado, 17 de mayo de 2008

Rosas Negras


He descubierto en mí,
en fresca y constante agonía,
ciertas malignas palabras
que amenazan siempre
con tomar el control
de mis raptos de inspiración.
Sádicas rosas negras
de mi jardín literario.
Nacen hermosas de mis fecundas raíces;
disfrazadas de blancas revelaciones
se pervierten en maleza oscura
apenas saben del advenimiento
de mi poesía inocente y viva.

He descubierto ahora
mis propias y antojadizas trampas,
y he barajado cada vez de nuevo
cuándo a punto estoy
de suicidar mis emociones.

Malignas palabras he dicho,
que me llevan a la fiesta de la expresión…
Bondadosas palabras,
una vez que las he enamorado…


Hernán Mierez ®

lunes, 5 de mayo de 2008

Aquél Blanco Recuerdo


El pollo asado y los ravioles de ricota y jamón, si señor, éstas dos comidas eran las que mejor hacía mi abuela Concepción. No tenía rival, sin embargo y ya que me vino a la memoria esta viejita pequeña y siempre sonriente, trabajadora y tranquila, debo decir que lo que más recuerdo, lo que ha quedado fijo en mi mente era la forma en que hacía el té.
Me sentaba a la pequeña mesa de la cocina y la miraba hacer. La radio sobre la heladera, siempre encendida en ese ambiente a medio iluminar y la presencia de un aroma indefinible, hecho de silencios, de olores a comida cómo eternos fantasmas y a humedad, esa humedad presente en la casa de todos los viejos que no es cómo la que aqueja los huesos o pega la ropa al cuerpo, es una humedad acogedora, cierta rara frescura que emana de las paredes y de los cuerpos de aquellos que allí viven…
La cosa es que mi abuela me daba la espalda y sonreía plenamente mientras yo accedía a su oferta de la infusión.
Apenas pasaban unos minutos cuándo ella se daba vuelta y ponía frente a mí una taza de inmaculada porcelana blanca con fintas rosas en sus bordes, siempre sobre un platito del mismo juego. El líquido allí contenido era muy oscuro y sobre la superficie un rulo de etérea espuma blanca que desaparecía lenta, siguiendo los giros de la cuchara invasora. Esa espuma era todo lo que lograba maravillarme, era algo supremo, un toque de distinción, era todo el ser de mi abuela puesto en esa caricia y ella lo sabía muy bien, por eso se esmeraba y no me dejaba espiar tan misteriosa preparación. Jugaba, se divertía y por sobre todo, me quería demasiado. Ella estaba segura que yo, amante de dicha infusión por tradición familiar, esperaba esas curvas líneas de espuma sobre la piel del té, algo que jamás pude hacer y que nunca nadie pudo ofrecerme.
Sonreía satisfecha cuándo veía mis ojos brillar. Mi mirada iba de la taza a sus ojos y no necesitábamos nada más.
Alguna vez tardó más de la cuenta, uno, dos o tres intentos… Se ponía viejita pero jamás se permitiría servirme el té sin mi laberinto de espuma blanca.
También un día se cerró la despensa y ya no hubo ravioles ni pollo a la parrilla. Sus dedos se retorcían ya cansados.
Claro, siempre todo tiene un fin pero que va, no es para esto que escribo, es sólo que de repente me acordé de Concepción y su maravillosa magia para alegrar mi corazón.
Aún lo sigue haciendo…


Hernán Mierez ®