domingo, 28 de diciembre de 2008

Estanislao y Yo


Estanislao tenía sus metas claras. La fértil combinación de un suspiro en mitad de una noche agobiante de verano y la longeva sensación de tener ciertos y extraños poderes, le habían revelado su brava campaña en este presente aún nublado y confuso.
Estanislao debía ser el mar y debía ser la arena. Se frustraba de tanto querer y tanto perder para luego vencerse a sí mismo y renacer hacía una gloria cada vez desconocida, cada vez distinta.
Se agotaba en la contienda hasta casi desfallecer y volvía aún más aguerrido a tomar las armas.
Tanta poesía fuerte y despechada, tanto verso oscuro y prometedor se decía, le había trastornado el frágil reloj de su espíritu. Estanislao se mataba y se obligaba a resucitar.
La rueda de sus vicios le hacía latir las sienes y llevaba enfurecida la sangre que estallaba en lo profundo de su corazón.
Estanislao era la flor sedienta y era también el desierto blanco y cegador de sus horrores. Era su misión el movimiento espasmódico entre el deseo cumplido y la propia venganza por la debilidad asumida.
Estanislao era tormenta y era carne; era la paz enmudecida primero y asesinada después por una guerra adictiva y perniciosa.
El pétreo silencio y todos los ruidos. Un ser en constante transformación que todo lo podía, todo lo lograba y todo lo perdía.

Cierta vez Estanislao tocó mi puerta. Yo lo presentía, sabía que vendría pero jamás lo mencioné. Cómo él, yo también sabía ocultar muy bien las cosas…
Vino con una pregunta apretada en sus finos labios. Quería saber cuán sólo estaba entre los hombres.
Lo deje entrar porque me fascinaba todo lo que él representaba y bajo la vibrante luz amarilla de una habitación enorme y vacía le conté, lo más dulcemente que podía, que ya todos los secretos habían muerto.
El entendió. Lo supe porque por primera vez lo veía sonreír de una forma limpia y honesta.
Desde aquella vez no hubo más confusiones ni intrincados interrogantes. Sólo él y yo sabemos todo lo que debemos saber; por lo menos hasta ahora.
Es suficiente, dijo él muy cansado.
Aprendimos los dos, luego de largos y dolorosos años, que simplemente somos pequeños y prescindibles actores.
Intentamos hoy disfrutar de un maravilloso y escaso don: El de saber transformarnos y vivir.


Hernán Mierez ®

Frase del día

La confianza ha de darnos la paz. No basta la buena fe, es preciso mostrarla, porque los hombres siempre ven y pocas veces piensan.

Simón Bolivar.