martes, 24 de julio de 2007

Origen y eternidad


A Mi Madre


Fuiste vos la que se fue.
También fuiste la fuerza
la mujer, la roca, la tierra fértil,
convertiste la voz en llanto
y surgieron ríos de dolor.
Ahogados los tuyos quedaron.
Entre confusiones y el negro silencio
se me escapó tu rostro al atardecer.

Tocan mis dedos el aire,
el que te lleva eterna y bella.
Aún vas a todos lados conmigo
me sigue tu mirada de luz.
La sombra de tus miedos
se disuelve tímida en mi sangre.

¡Soy yo! Hijo de tu anhelo,
que tal vez esté donde tu quisiste.
Y si me ausento de la fe es por debilidad,
ante las horas funestas e infinitas.

No dejes de venir por las noches
cuando la nada es todo y me hundo...
Te aguardo aquí hoy y siempre,
real y agotadora rutina que corroe... Abismo.

Vencido el ángel de la oscuridad,
confiaste al Dios tus deseos
y la tierra se hizo cielo,
que en trozos fríos fue cayendo sobre vos
helando el aliento... Mi refugio.
Un estruendo y se quebró al fin la esperanza.

Ahora sabes mucho más que yo,
ya no te miente irónico el destino,
el mismo que se burla de mí, ¡Que absurdo!
Entre mi techo y mi agobio
me gusta encontrarte, blanca.
Tan vivos tus recuerdos, me dibujan un sendero,
la incertidumbre mueve el reloj... Y
La sal de mis lágrimas me estremece.

Eres las alas y el viento fresco,
madera noble de mis sueños...
Eres la saliva que permite la palabra
y eres la lluvia mansa
que lava la escoria de tu ausencia.
Así puedo amanecer todos los días.

Ya sé, se agotó tu suspiro, tu carne se cansó.
Fuiste vos la que se fue
y yo no dije perdón...
En este camino tan largo y tan duro
sólo hay interrogantes y no respuestas.
Solo espinas y un aroma efímero a rosas...

Me dejaste el sol de mis mañanas,
la emoción de saberte mía para siempre.
Un cuerpo de cristal, un espíritu de roca.
Brotan tus raíces de madre,
me alimentan aún, me dan calor,
y a cada segundo, fiel, me voy con vos.
Desesperado te busco cada día,
y cada día te encuentro.


Hernán Mierez ®

viernes, 20 de julio de 2007

Convicciones


Julio alzó la copa de vino y bebió de un sorbo el contenido.
El áspero sabor a madera y frutas se le pegó en la lengua mientras la líquida frescura se hizo larga hasta el estómago.
Pensó en la importancia de hacer las cosas con lentitud, gozándolas, mientras sentía cómo el rojo elemento, al entrar en su cuerpo, le erizaba la piel y le hacía brillar los ojos.
La estancia estaba abrazada por un absoluto silencio. Afuera el frío indecente que tanto le molestaba se había adueñado de la noche; pero allí, recostado en la cómoda silla de mimbre se sentía seguro.
Repasó con la mirada atenta, el ceño fruncido aún, acostumbrado a estarlo, todo el lugar: La lámpara de pie encendida en su rincón, haciéndole un guiño de luz amarilla al estrambótico cuadro de Dalí. El potus vanidoso, inmóvil, lamiendo la blanca pared del living. Los caros pero pequeños recuerdos del viaje a Europa, allá lejanos en la memoria, todos en su exacto lugar, exiliados y aburridos, acostumbrados quizás a su destino de adorno obligado e insulso.
El televisor, un monstruo negro, insultante, que no queda bien en ningún lugar y que todo lo afea, pero con poderosa capacidad para intimidarnos y no dejarnos moverlo y ni hablar de quitarlo.
Inequívoco signo de nuestra sociedad masoquista; el nuevo dictador muerto que hizo renacer los tiempos de la esclavitud y al cuál rendimos culto en retribución a las dosis de anestesia con que embota el pensamiento.
Los libros obsesivamente ordenados por autor, los discos apretujados en el estante superior de la biblioteca, anónimos a la distancia; el pequeño sapo de cerámica con el eterno sahumerio clavado en su sien. Las llaves de la casa, el auto, la terraza, desparramadas en la alta barra de mármol de la cocina.
Las fotos encerradas en sus marcos, con sus caras y cuerpos y gestos de otros momentos, observándolo todo. El mantel de tela fina, a cuadros blancos y grises, todavía desplegado en la mesa; invadido de migas de pan, con un par de manchas de origen desconocido, dos tenedores sucios en forma de alegórica cruz y la botella de vino ya exhausta, a punto de morir, con el fondo apenas mojado…
Un paisaje casero y ordinario en su totalidad, pero no menos cómodo y agradable para Julio.
Al fin y al cabo era su lugar, su refugio, las cuatro paredes que le eran fieles, que no le pedían explicaciones y sosegadamente le brindaban protección todos los días.
No era mucho si se lo medía con la perversa regla de la modernidad, pero lo era todo para él y de a poco iba acostumbrándose a la idea de que las manos se colman, no con la cantidad de arena que se pueda recoger, sino en la manera en que las colocamos y el espacio que con ellas hacemos.
Hacía casi un año que venía desangrando, con paciencia y obstinación, las venas de esa obsesión por la perfección. Y en esa sangre opaca y fría, se desvanecía, aún peleando por permanecer, su venenosa idea de absoluto. Absoluta felicidad, absoluto orden, perfecto y seguro futuro.
Todos los días un nuevo día, todos los problemas uno distinto, todos los miedos, las risas y los momentos un nuevo molde, otro reflejo del mismo espejo.
Julio se levantó, se quitó las zapatillas entre sí con movimientos mecánicos; abrió los brazos y dejó caer la camisa en una silla. Aún perduraba el sabor del vino en su boca, sonrió: Se podía dar el gusto de comprar aquéllas simples cosas buenas, que en su simpleza llevan implícitas un placer impagable.
Se fue despacito por el pasillo, esquivando los juguetes desperdigados en el piso de madera, símbolos de esa felicidad absoluta en la que ya no creía, pero que debía sostener para otros, huellas de risas, material de ilusiones, que era su deber perpetuar en el camino para aquellos en quiénes había depositado la razón de su extensión en el tiempo.
Se asomó a la habitación grande y sintió la emoción golpeando en su pecho desde adentro. Tanto pensar le había traído lágrimas a los ojos. Lágrimas cristalinas haciendo fuerza por saltarse los límites de su entendimiento. Señales de amor quebrando los duros ángulos de su rostro.
Sus tres promesas dormían en brazos del Dios al que él se había ofrecido. Su deuda con la vida quedaba saldada.
Se acercó y en susurros cómo caricias del alma, les dijo cuánto los amaba. Su esposa, dormida, esbozó una sonrisa muda y giró para abrazar a sus dos hijos.
¿Qué más? Se preguntó, intentando acomodarse en la cama chica y fría, convencido que valía la pena amanecer cada nuevo día.


Hernán Mierez ®

Amistad


Tener un amigo puede significar muchas cosas, dependiendo siempre de la capacidad emotiva y sensitiva de quién lo tiene.
Hay quienes llaman “amigo” a todo conocido, a compañeros de trabajo, a clientes, etc…
Pero conozco pocos que saben del verdadero valor de la amistad.
En estos días ya se ha dicho todo sobre este sentimiento, sería repetitivo y hasta cansador, incurrir en las mismas palabras.
Por eso este texto es sólo para contarles qué, habiendo recogido en mi vida muchos y valiosos amigos, el contar con alguien que está afuera de nuestro círculo familiar y con quién podemos compartir las simples cosas de la vida, es un regalo maravilloso.
Hablar es gozar, dar es gozar, expresar lo que tenemos dentro y saber que llega a un buen oído es proveerse de un placer intenso e invaluable.
En estos veloces tiempos, en estos días rutinarios y agobiantes, es menester poseer en el hueco de nuestra memoria, el signo de una amistad fuerte y concisa.
Tocar una puerta y ser recibido con una sonrisa sincera; hacer una llamada telefónica y escuchar que del otro lado la voz que nos atiende se alegra de oírnos; dejar escapar un secreto en susurros y estar seguros que el mismo será enterrado en la profunda confianza de quién lo recibe, son absolutas bellezas con las que el ser humano fue ofrendado y a las que suele restar importancia.
Agradezcamos pues, lo que Dios puso en nuestras manos. Digamos gracias y de verdad, por ser los únicos animales en tener la fortuna de sembrar y cultivar ese hermoso sentimiento que es la amistad.


Hernán Mierez

martes, 17 de julio de 2007

Imperfección


Ni el más mínimo de los insectos
tiende a la perfección.
La idoneidad de las cosas es una falacia
y todo es corrupto en su profundidad.
Hasta las estrellas que dominan espurias
el universo oscuro y lejano,
escupen su luz iluminando la mentira,
y es ese brillo latente,
El campo estéril de las dudas
y los misterios que nos abarcan...


Hernán Mierez ®

lunes, 16 de julio de 2007

Calientes instantes en un más allá


Caliente, caliente. No como el fuego, caliente como el sol pero mucho más. Como un sol derretido y desparramado. Calor rojo y enorme. En toda mi piel, entre mis dedos, entre mi cabello, golpeando las sienes, azotando dulce los párpados.
De repente, casi mágicamente, estaba en otro lugar. Otra dimensión.
Con los recuerdos no recordados de una estancia fetal, de un sueño primero, de una realidad no construida aún.
Mi mente la misma, el cuerpo otro, o de otro. Una sensación magnífica de extravío y sumisión.
Perdido en mí mismo, a instantes de volver atrás, pero rendido en la caricia sutil y liviana, deseando quedarme en ese lugar, en ese momento, por siempre. Disfrutando ese simulacro de muerte y final. Pensando en nada. Embotados los oídos pero escuchando, advirtiendo ruidos y señales provenientes de otro sitio.
Voces, golpes, claros, muy claros, pero hechos por una mano lejana, enorme, envuelta en un paño.
Hermosas melodías sordas. Secretos de otros develados en ese hueco oscuro, único. Una jungla de palabras volando libres, atravesando mi cabeza, acompasadas por intensos golpes de algún metal impreciso; por zumbidos de abejas sin forma ni color. Y todo envuelto por el sonido de un tambor, de un tambor de cuero muy estirado, haciéndose notar desde una profundidad que es mía. Desde una caverna en mi cuerpo. Redoblando sus fuerzas a medida que pasa el tiempo, queriendo salir de su trampa, como enojado, alertando de algún peligro.
Me llega, lo estoy sintiendo en la respiración, en las aletas de la nariz, en el golpeteo interior del pecho. Nace de mí, de mis músculos, se hace cada vez más fuerte.
Labios con mordaza gritando. Ecos guturales que no se oyen con los oídos sino que se absorben en la piel y agitan las venas revolucionadas y excitadas.
Alguien me llama desde otro mundo. Un tango se despierta, una puerta se abre.
Me tengo que ir, tengo que volver. No quiero, se está tan bien aquí, todo se siente tan eterno, intangible y poderoso.
La luz no me hace daño. Los ojos la reciben antes de salir. El todo lo purifica y sana.
Mi cuerpo se despega del sueño líquido, del disfraz de transparencias y frescura y mis pulmones se abren a este mundo.
Ya llegó María, debe necesitar el baño. Igual el agua ya está fría.
La puerta se cerró.


Hernán Mierez ®

miércoles, 11 de julio de 2007

Reflexiones


El insulto y la violencia son las armas del inculto y el mediocre. Nunca discutas con ellos, acabará tu espíritu herido y tal vez tu cuerpo golpeado.


Hernán Mierez ®

martes, 10 de julio de 2007

Frase del día

Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio.

Federico García Lorca

jueves, 5 de julio de 2007

Evolución


Después de contar infinidad de horas
me encontré de nuevo con mi risa.
Me dí cuenta que era otra.
La risa después del dolor
es cómo la roca después de la lluvia
la forma es distinta,
el sonido, el brillo.
Cambia la materia y su origen.
Las cicatrices no se ven
pero laten adentro y traen el recuerdo
constante y es una alerta.
Agacha la cabeza ante la nube negra.
Espera su atronador mensaje
y déjalo morir hacia el silencio.
Siempre habrá días de lluvia,
son la promesa, el anuncio
de nuevos soles.


El tajo profundo en el alma
abre el camino de la sangre,
y su veneno oculto se escapa mudo;
humedece la tierra que pisamos y se pierde.
Nacerá allí el verde
de una esperanza renovada.
Junta las manos y recibe la tarea
de cuidar la oportunidad regalada.
Nada en su matriz es maldito y
el sentimiento cuenta con tu fuerza
para crecer erguido y sano.
Cuándo haya amainado la tempestad
eleva la mirada al cielo y ríe.
Que la historia es circular
y se claudica a voluntad
y no por el brazo del destino.


Hernán Mierez ®









martes, 3 de julio de 2007

Expresión



Me gusta pensar que la palabra expresión significa, más allá del diccionario de la real academia, "presión afuera". Cómo si expresarse fuese la manera de abrir la tapa de nuestro caldero ardiente; el modo de sacar lo que bulle en nuestro interior.
Y así, de esta forma, vaciarnos y refrescarnos la cabeza. Tiene y lo digo por experiencia, las propiedad de curarnos. Nada peor que aquellas heridas que sangran hacia adentro y que no son físicas sino psíquicas.
Ensayar palabras, unirlas y darles sentido en una hoja de papel o en forma de voz alzada, es ejercicio rejuvenecedor para el alma.
A través de los años me ha dado satisfacción para mi espíritu y cierta calma para mis músculos atacados.
Es curioso cómo el cuerpo se somete de forma absoluta a la mente. Cómo dice que sí a todos los designios de nuestras ideas y pensamientos.
Por eso, cuándo sentimos esa presión interior, ese embrollo de razones que se nos agitan por dentro, es necesario "expresarlas" y darles salida. ¡Afuera! que contar es limpiar y por acción circular, aquello que exteriorizamos puede volver a entrar purificado y libre de los gérmenes personales.
El que nos lee o nos escucha puede actuar de sanador y proveernos de salud aplicable a nuestros pensamientos.
El hecho de existir en medio de una comunidad, de una sociedad, el hecho de estar entre congéneres nos obliga, de manera abierta y libre, a interrelacionarnos y comunicarnos, cómo método de escape de nosotros mismos y como forma de crecimiento personal en todos los ámbitos.
Es cierto que hay personas tóxicas, que no todo aquél hacia quién vamos nos va a nutrir, pero aquí cabe destacar el acierto propio en la elección de estas personas.
Si tienes alguien a quién consideras amigo tienes un tesoro y él te tiene a vos. Recíproca actitud de ayuda y comprensión.
Y no sólo de individuos habla este ensayo, también me refiero a aquellas cosas inanimadas o no, que no son humanas. Un perro, un jardín, un cuadro, una hoja en blanco pueden ser el horizonte hacia dónde dirigir nuestras velas; el bello cielo azul, el atardecer que pedimos en silencio o a los gritos para que nos encienda la mirada.
Alguna vez alguien me dijo que contar es volver a gozar. El silencio suele ser bueno para meditar, para descansar, para elaborar nutrientes en la mente; pero insertos entre pares, es mejor escapar hacia el otro, motivarlos con nuestras emociones, hacerlos partícipes de nuestras dudas y temores, invitarlos a subir a los vagones de ese tren que nos recorre las venas y ruge en lo profundo.
Miren, lean, sientan lo que se mueve dentro de mi ser, son belleza para mí alma sus ojos posados en estas letras, en este devenir de inquietudes, certidumbres y dudas enlazados con la´sincera fuerza de mi expresión liberada.

Aquí no hay lugar para pretensiones ni gloria. No puedo ni quiero buscar un resultado, puede que sea por temor, porqué no, pero me alienta pensar que es porque no quiero mentirme ni mentirles. No soportaría, ni yo ni mis ilusiones, inventarme un maquillaje para gustar, pintar de traidores colores mis blancos más bellos.
La alianza debe ser una cadena de eslabones fuertes cómo el amor que uno sienta posible prodigar y debe partir de la unión del yo y la personalidad, para elevar a la luz ese gusanito que nos habita y que es nuestro núcleo perfecto.
Que la información dada por la primera célula que nos conforma sea la que brote cómo una flor intensa en sus formas y pura en su concepción.




Hernán Mierez ®