lunes, 16 de julio de 2007

Calientes instantes en un más allá


Caliente, caliente. No como el fuego, caliente como el sol pero mucho más. Como un sol derretido y desparramado. Calor rojo y enorme. En toda mi piel, entre mis dedos, entre mi cabello, golpeando las sienes, azotando dulce los párpados.
De repente, casi mágicamente, estaba en otro lugar. Otra dimensión.
Con los recuerdos no recordados de una estancia fetal, de un sueño primero, de una realidad no construida aún.
Mi mente la misma, el cuerpo otro, o de otro. Una sensación magnífica de extravío y sumisión.
Perdido en mí mismo, a instantes de volver atrás, pero rendido en la caricia sutil y liviana, deseando quedarme en ese lugar, en ese momento, por siempre. Disfrutando ese simulacro de muerte y final. Pensando en nada. Embotados los oídos pero escuchando, advirtiendo ruidos y señales provenientes de otro sitio.
Voces, golpes, claros, muy claros, pero hechos por una mano lejana, enorme, envuelta en un paño.
Hermosas melodías sordas. Secretos de otros develados en ese hueco oscuro, único. Una jungla de palabras volando libres, atravesando mi cabeza, acompasadas por intensos golpes de algún metal impreciso; por zumbidos de abejas sin forma ni color. Y todo envuelto por el sonido de un tambor, de un tambor de cuero muy estirado, haciéndose notar desde una profundidad que es mía. Desde una caverna en mi cuerpo. Redoblando sus fuerzas a medida que pasa el tiempo, queriendo salir de su trampa, como enojado, alertando de algún peligro.
Me llega, lo estoy sintiendo en la respiración, en las aletas de la nariz, en el golpeteo interior del pecho. Nace de mí, de mis músculos, se hace cada vez más fuerte.
Labios con mordaza gritando. Ecos guturales que no se oyen con los oídos sino que se absorben en la piel y agitan las venas revolucionadas y excitadas.
Alguien me llama desde otro mundo. Un tango se despierta, una puerta se abre.
Me tengo que ir, tengo que volver. No quiero, se está tan bien aquí, todo se siente tan eterno, intangible y poderoso.
La luz no me hace daño. Los ojos la reciben antes de salir. El todo lo purifica y sana.
Mi cuerpo se despega del sueño líquido, del disfraz de transparencias y frescura y mis pulmones se abren a este mundo.
Ya llegó María, debe necesitar el baño. Igual el agua ya está fría.
La puerta se cerró.


Hernán Mierez ®

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