viernes, 8 de junio de 2007

Reflexiones




Año de elecciones en ésta, nuestra estirada y sureña filial del infierno. Y puede que yo, un escéptico por costumbre, peque de traidor a la Gran Ley pero igual me sublevo y expreso lo que hace arder mis elucubraciones.


Voto en Blanco mis amigos. Esa es la decisión que albergo. Y reconozco no ser dueño de muchas certezas, pero ésta es una de ellas y la más arraigada.


La revolución comienza en la boca de un fusil decía Mao y me atrevo a actualizar esa máxima para decir que la revolución (entendida cómo un cambio fundamental y radical en las bases de una sociedad) empieza con el sufragio que castiga y condena, con la elección que abofetea y el dedo acusador en alto señalando el error y la culpa.


Seamos entonces verdugos de aquellos que diseminan la enfermedad. No extendamos la mano derecha a quienes guardan mentiras asesinas en sus bolsillos mientras escupen palabras hermosas, envenenadas ya con su saliva ávida de poder.


Exige nuestra lacerada historia una venda que pare la hemorragia para así poder sobre la cicatriz fresca y tibia, ver el nacimiento de un presente con una nueva piel (promesa de futuro)


Todos los pozos tienen un fin y no está bien que arañemos las paredes, rompiendo nuestras uñas e ilusiones cada vez, por miedo a ver el fin de la caída.


Permitámonos llegar hasta abajo para luego elevar la mirada y ahí si decidir cuál es la mejor estrategia para salir.


Ni malo conocido, ni bueno por conocer. Nada de presagios ni traiciones al pensamiento. Logremos aunar la fuerza para que aquél "Que se vayan todos" se convierta en realidad.


La tierra libre de malezas permite el crecimiento sano de nuevos brotes.


Creamos que la lluvia puede lavar, que el razonamiento puede y debe alterar el curso de cualquier río, aún el del más bravo.


Remar con ímpetu y hacia un destino llena de escoriaciones las manos, pero no hay que olvidar que casi todas las heridas pueden sanar, menos las hechas con nuestras propias manos empuñando la sucia hoja del cuchillo de la hipocresía y el conformismo.




Hernán Mierez

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