lunes, 5 de mayo de 2008

Aquél Blanco Recuerdo


El pollo asado y los ravioles de ricota y jamón, si señor, éstas dos comidas eran las que mejor hacía mi abuela Concepción. No tenía rival, sin embargo y ya que me vino a la memoria esta viejita pequeña y siempre sonriente, trabajadora y tranquila, debo decir que lo que más recuerdo, lo que ha quedado fijo en mi mente era la forma en que hacía el té.
Me sentaba a la pequeña mesa de la cocina y la miraba hacer. La radio sobre la heladera, siempre encendida en ese ambiente a medio iluminar y la presencia de un aroma indefinible, hecho de silencios, de olores a comida cómo eternos fantasmas y a humedad, esa humedad presente en la casa de todos los viejos que no es cómo la que aqueja los huesos o pega la ropa al cuerpo, es una humedad acogedora, cierta rara frescura que emana de las paredes y de los cuerpos de aquellos que allí viven…
La cosa es que mi abuela me daba la espalda y sonreía plenamente mientras yo accedía a su oferta de la infusión.
Apenas pasaban unos minutos cuándo ella se daba vuelta y ponía frente a mí una taza de inmaculada porcelana blanca con fintas rosas en sus bordes, siempre sobre un platito del mismo juego. El líquido allí contenido era muy oscuro y sobre la superficie un rulo de etérea espuma blanca que desaparecía lenta, siguiendo los giros de la cuchara invasora. Esa espuma era todo lo que lograba maravillarme, era algo supremo, un toque de distinción, era todo el ser de mi abuela puesto en esa caricia y ella lo sabía muy bien, por eso se esmeraba y no me dejaba espiar tan misteriosa preparación. Jugaba, se divertía y por sobre todo, me quería demasiado. Ella estaba segura que yo, amante de dicha infusión por tradición familiar, esperaba esas curvas líneas de espuma sobre la piel del té, algo que jamás pude hacer y que nunca nadie pudo ofrecerme.
Sonreía satisfecha cuándo veía mis ojos brillar. Mi mirada iba de la taza a sus ojos y no necesitábamos nada más.
Alguna vez tardó más de la cuenta, uno, dos o tres intentos… Se ponía viejita pero jamás se permitiría servirme el té sin mi laberinto de espuma blanca.
También un día se cerró la despensa y ya no hubo ravioles ni pollo a la parrilla. Sus dedos se retorcían ya cansados.
Claro, siempre todo tiene un fin pero que va, no es para esto que escribo, es sólo que de repente me acordé de Concepción y su maravillosa magia para alegrar mi corazón.
Aún lo sigue haciendo…


Hernán Mierez ®

3 comentarios:

Maria Coca dijo...

Recuerdos que forman parte de tí. Tu abuela vive en tí. Y sus detalles perduran en el tiempo...

Besoss

Aresius dijo...

Hola que tal, reflexiones muy metafóricas, me gradan, has leído el libro "ficciones" de Jose Luis Borjes? un libro bastante complicado y lleno de alegorías, pero excelente una ves que lo asimilas, puedes afiliarme a tu blog? te la dirección del mio: http://jardinesdeatenas.blogspot.com/
son apuntes de filosofía y psicología, saludos!

Unknown dijo...

Hola María! y gracias amiga...

Itachi, prometo pasar por tu blog, me interesan esos temas...

Sé que estoy un poco alejado... el trabajo, el maldito trabajo! jajaja

Nos vemos.
Her